viernes, 12 de agosto de 2011

ECONOMICAS: El oro verde de las selvas de Colombia

¿Quién quiere prometer amor puro y eterno con una argolla hecha de un oro que ha causado explotación, severo daño ambiental e incluso violencia?
Para los pocos que se hacen esta pregunta, Américo Mosquera, un minero de oro artesanal que vive en la selva tropical de Chocó, al noroeste de Colombia, tiene una inusual respuesta.
Él, al igual que otros mineros afro-descendientes de esta región, ha sustituido el uso de químicos tóxicos y la tala masiva de la selva, por técnicas artesanales que aseguran una explotación sostenible del oro, un mineral que se ha extraido aquí desde tiempos de la colonia española.
Su pequeña mina está en medio de la selva, a unos 10 kilómetros de Tadó, uno de los principales poblados mineros de esta zona. Para llegar a la mina de Américo hay que recorrer trochas estrechas en medio de una vegetación abundante y caminar entre riachuelos de aguas cristalinas, rodeado de aves de cantos exóticos y plumajes coloridos.

Una cicatriz que se cierra

"Si esta mina no fuera trabajada artesanalmente sino con maquinaria esto seria totalmente horrible", dice Américo, mientras escarba entre el barro rojizo de su mina, en el corazón de una de las regiones más biodiversas del planeta.
Americo Mosquera, minero artesanal de la Corporación Oro Verde
Américo, de 53 años, apila la tierra que remueve de su mina en terrazas donde las plantas crecen de nuevo. Así, las zonas que ya han sido explotadas vuelven a cubrirse de vegetación, como una cicatriz que poco a poco se va cerrando. Para separar el oro de las impurezas, este minero de brazos fornidos, usa un jugo viscoso que extrae de las hojas del árbol de balso.
"¿Escucha el sonido del oro ahí?", me dice Américo mientras agita un recipiente de metal en el que gracias a este jugo natural se ven en el fondo varias pepitas del mineral dorado. "Cuando el oro es mas grueso suena mas duro, tiene mas música", dice.
Américo es parte de la Corporación Oro Verde, un proyecto comunitario de minería responsable en una de las regiones más pobres y abandonadas de América Latina.
"Una de las cosas que me impactó más cuando visité esta región es que la gente estaba literalmente sentada sobre una mina de oro y muriéndose de hambre", dice Catalina Cock, fundadora de la Corporación que recibió el año pasado el premio SEED de Naciones Unidas a las mejores iniciativas de desarrollo sostenible en el mundo.
Los mineros de Oro Verde reciben una prima de 15% por su oro, la cual pagan los consumidores finales. El dinero va a un fondo comunitario que luego se reinvierte en las minas o se reparte entre las familias.
Sin embargo, las técnicas que utiliza Américo y 114 familias que pertenecen a la Corporación son escasas entre las miles de minas que se encuentran desperdigadas por esta alejada región.

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